¿Cómo medimos la resiliencia de las organizaciones?

Artículo "¿Cómo medimos la resiliencia de las organizaciones?" de Juan Manuel Dominguez en la Revista Stakeholders.news
En episodios anteriores vimos por qué lo de ser resiliente es importante para una organización. También que más no es necesariamente mejor. Así que nos quedaba pendiente abordar las posibilidades que existen para definir el nivel de resiliencia. A ello vamos. Realmente, ¿qué estamos midiendo? Esta es la primera pregunta. Un ejercicio sencillo: haced una búsqueda en Google para localizar alternativas de medición de resiliencia de una organización (recomendable hacerlo en inglés para obtener más opciones). Os van a aparecer diferentes propuestas de medición. Cada una con su interpretación de resiliencia y su enfoque. Por eso suelo repetir la definición de partida de resiliencia en estos artículos, extraída de la ISO 22316 (de acceso libre, en inglés, en iso.org). Es muy sano referirnos a lo mismo cuando usamos un mismo término. Con la resiliencia no suele suceder. Así que la primera recomendación es que nos fijemos en qué elementos mide. Normalmente nos encontramos ante dos opciones: la resiliencia como resultado y la resiliencia como “metacapacidad”, es decir, como integración de diversas capacidades de la organización.
  • La medición de resiliencia como resultado suele estar vinculada a estudios comparativos a posteri, normalmente tras un episodio crítico, en los que se establecen unos parámetros de referencia (en muchos casos, desde la perspectiva financiera) que acaban identificando qué empresas se desenvolvieron mejor. Suelen centrarse en identificar a las más resilientes.
  • La segunda opción, la resiliencia como integración de capacidades, tiene bajo mi punto de vista una mayor utilidad práctica. Este planteamiento permite evaluar la resiliencia a través de un patrón de dimensiones vinculadas.
Para orientarnos sobre qué tipo de dimensiones tendrían que considerarse, podemos fijarnos en los atributos que la propia norma ISO 22316 propone. Os los enumero, para clarificar lo que aquí trato de exponer.
1. Visión compartida y propósito claro. 2. Comprensión e influencia del contexto. 3. Liderazgo eficaz y empoderamiento. 4. Cultura de apoyo a la resiliencia organizacional. 5. Información y conocimientos compartidos. 6. Disponibilidad de recursos.   7. Desarrollo y coordinación de las disciplinas de gestión. 8. Apoyo a la mejora continua. 9. Capacidad para anticipar y gestionar el cambio.
Después de esto, podemos pasar al punto siguiente. ¿Y cómo podemos medir? Una vez escogido el camino de la integración de dimensiones, podemos encontrar distintos enfoques, con sus diferencias y similitudes, para llevar a cabo las mediciones. La principal diferencia radica en su estructura y contenido. Los aspectos que incluyen están muy influidos por los puntos de partida mencionados arriba (su concepción de resiliencia) y su intención, que condicionará su utilidad final.
  • Se pueden encontrar opciones más influidas por visión tradicional, vinculada a la crisis, con un planteamiento más secuencial. Este es el caso de la matriz de análisis de resiliencia de Hollnagel (RAG, por sus siglas en inglés), que identifica cuatro piedras angulares de la resiliencia: monitorizar, anticipar, responder y aprender.
  • Existen otros enfoques que se alejan de esta estructura. Aquí se puede mencionar el Marco de Resiliencia Organizacional del BSI, que evalúa la resiliencia a partir de dimensiones alejadas de la literatura habitual en esta temática: liderazgo, personas, proceso y producto.
Pasando a las similitudes, la principal coincidencia tiene que ver con el formato y la presentación de resultados. En general, hablamos de cuestionarios con una serie de elementos evaluados mediante una escala, que permiten construir un resultado para cada dimensión y un resultado global. Y eso se suele mostrar con algún tipo de diagrama de araña. Por ejemplo, en los dos casos mencionados, encontramos 4 dimensiones para un total de 16 elementos reflejados. Queda a criterio de la organización escoger el enfoque que mejor le encaje, en función de sus objetivos. Así que toca reflexionar. La cuestión fundamental: ¿para qué medimos? En uno de mis artículos previos (en el número de febrero) os comentaba la analogía del decatlón. En la resiliencia cada dimensión suma para obtener un resultado final, como las diferentes pruebas de un decatlón. Pero, a diferencia del decatlón, en la resiliencia lo más relevante no es el resultado final. No es una competición en la que se dan medallas a la empresa más resiliente. La clave está en la desagregación. En el patrón que cada organización presenta en ese diagrama de araña. De la comparación con organizaciones similares. De la imagen que presentan diferentes sectores (esto lo podéis observar en el informe que publica anualmente BSI con los resultados de su marco de análisis). Este tipo de información permite extraer conclusiones interesantes. Permite tomar el pulso y tener referencias para abordar las áreas que más afecten a cada tipo de organización. Como capacidad dinámica, sólo podemos afrontar la resiliencia desde su desarrollo continuo. Es necesario ejercitarla, mantener la organización en forma. De esta manera, se cuidarán y harán evolucionar esas características en el tiempo. Sólo así conseguiremos organizaciones resilientes. Incluso antifrágiles. Pero esto lo dejamos para la próxima entrega. Hasta el mes que viene.

Dedicado a la Planificación e Implementación estratégica desde hace mas de 15 años. Secretario general del CIP Institute, relativo a la Gestión de Crisis y miembro fundador de la APGP (Asociación de Profesionales de la Gestión de Proyectos). Vinculado a Comités de ISO y UNE en Materia de Gestión de Proyectos y Gobernanza de las Organizaciones. MBA, PMP, PM2 Advanced Certificate, Auditor Jefe ISO 22301 Continuidad de Negocio.

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