Hoy, si me lo permitís voy a intentar abordar (puede que tenga que dedicarle algún otro artículo) el asunto de la necesidad, yo me atrevería a calificarla de necesidad imperiosa, de hacer que nuestra administración, empezando ésta por lo más cercano a nosotros que resulta ser el gobierno de nuestras ciudades, se empiece a aplicar a sí misma cierta transformación para hacerse más inteligente y, por tanto, mucho más eficiente a la hora de gestionar los recursos de los que dispone para mejorar la vida de sus ciudadanos, es decir, ¡nuestra vida!.
Empecemos por definir, lo que, al menos yo, entiendo, qué es una ciudad inteligente. Una ciudad inteligente (smart city) es aquella que utiliza el potencial de la tecnología y la innovación, junto al resto de recursos de los que dispone para hacer de ellos un uso más eficaz, promover un desarrollo sostenible y, en definitiva, mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Dentro de las Smart Cities se pueden incluir los siguientes apartados:
- Seguridad Ciudadana
- Movilidad Sostenible
- Gestión de riesgos, prevención y respuestas a desastres
- Eficiencia Energética
- Gestión Hídrica Inteligente
- Gestión de Residuos
- Gobierno Electrónico e inclusión digital
- Participación Ciudadana
- Integración de Sistema y Operaciones
Por dejarlo claro, las características de las ciudades del futuro son ser digitales, sostenibles y sobre todo cada vez más humanas. Hablar de una smart city es hablar de urbes con sentido humano o, dicho de otra forma, donde el ciudadano está en el centro (de verdad) y la tecnología trabaja para él. Tecnología aliada de las ciudades y del nuevo modelo resultante: un hábitat más “vivible”, servicios más eficientes, empoderamiento del ciudadano, su responsabilidad compartida con la administración pública, nuevas oportunidades para la iniciativa privada… suena casi a ciencia ficción, ¿verdad?, pero os garantizo que no lo es. Es factible y se puede llevar a cabo desde ya, solo hace falta que las personas que gobiernan nuestras ciudades se den cuenta de que la transformación digital del modelo de gestión puede ayudar a cumplir esta visión.
Son los ciudadanos los que deben participar de forma activa en la creación de “nuestra” ciudad inteligente. Unos habitantes capaces de detectar las necesidades reales de su entorno, así como de trabajar colaborativamente para resolverlas mediante soluciones efectivas y de coste razonable. Pero, al mismo tiempo, debemos ser conscientes de que solamente evitaremos encontrarnos con ciudadanos cansados de soluciones “modernas” que no les aportan valor, si se consigue alinear adecuadamente tecnología y personas. No podemos, no debemos olvidar que la tecnología solo es una herramienta que puede contribuir a que la solución llegue, de verdad, a las personas que viven permanente o temporalmente en la ciudad.
Es momento de plantearnos que las ciudades necesitan avanzar hacia nuevas formas de gobierno en las que pase a un primer plano la participación ciudadana. El ciudadano reclama hoy un nuevo papel en las ciudades (inteligentes) y esto genera grandes oportunidades
Además de la eficiencia y sostenibilidad, las smart cities tienen una clara conexión con la innovación. Hoy en día, la atracción de talento es un desafío y una correcta planificación tecnológica de la ciudad redunda en atractivo para emprendedores, startups y áreas de investigación, generando un valor añadido de alto interés para el desarrollo. Las soluciones implantadas en las ciudades inteligentes fomentan la innovación entre empresas locales y administraciones públicas, creando entornos idóneos para testar nuevas herramientas tecnológicas que pueden derivar en la creación de nuevos negocios, nuevos servicios y nuevos ingresos.
Las personas que gobiernan y, por supuesto, aquellas que gestionan los servicios municipales, necesitan herramientas que vayan más allá de la gestión de los propios servicios y que les ayuden en su trabajo diario para hacer realidad la visión completa (y esta palabra resulta clave para entender el resultado) de una ciudad ecológica, inclusiva, competitiva y diversa.
Todas estas personas, se enfrentan a diario a situaciones complejas que afectan a los ciudadanos y que pueden comprometer las estructuras tradicionales de gestión municipal.
Tomar decisiones en el momento oportuno, con una visión integral de los servicios y escuchando a los ciudadanos, resultan claves para resolver los retos de las ciudades del siglo XXI.
Hoy más que nunca, las ciudades necesitan desarrollar procesos de planificación estratégica (sí, también las ciudades necesitan una planificación estratégica que permita que las actuaciones realizadas lo sean con un fin de mejora claro y transparente), ya que solo así pueden trazar caminos hacia la innovación y priorizar los aspectos más importantes para su futuro.
El proceso debe ser abierto y participativo, para poder definir un plan de acción sostenible que haga que la ciudad, nuestra ciudad, sea única, reconocible y reconocida. Exactamente igual que, tal como comentaba en artículos anteriores, dos empresas pueden (y normalmente será así) no tener la misma receta para el éxito, cada ciudad debe buscar su propio modelo basado en una serie de reflexiones y consideraciones, que, sin embargo, resultan estándares.
La experiencia demuestra que las ciudades, independientemente de su tamaño, deben huir del cortoplacismo, ampliar su visión y recurrir con convencimiento a la innovación para mejorar la eficiencia y la sostenibilidad de sus servicios. Y, sin lugar a ninguna duda, deben promover la comunicación y garantizar que ciudadanos y empresas participen en sus proyectos incluso integrándose con la propia administración a través de la utilización de datos abiertos y con una efectiva colaboración público-privada. Dado que todas las partes interesadas pueden contribuir, debe desarrollarse una red de ecosistemas que involucre a todos: ciudadanía, organizaciones, instituciones, gobiernos, universidades, empresas, etc. Ha llegado el momento de practicar una gobernanza inteligente, teniendo en cuenta (con una visión más global) todos los factores y actores sociales.
Cada ciudad (nuestra ciudad) es única e irrepetible y tiene sus propias necesidades y debe crear sus oportunidades, por tanto, debe diseñar su propio plan, establecer sus prioridades y ser lo suficientemente flexible para escuchar a sus ciudadanos (nosotros) y adaptarse a los cambios.
Insisto en que no se puede olvidar que el factor humano es fundamental en el desarrollo de las ciudades. Sin una sociedad participativa y activa, cualquier estrategia -aunque sea inteligente y global- estará condenada al fracaso. Más allá del desarrollo tecnológico y económico, son los ciudadanos los que tienen la clave para que las ciudades pasen de «inteligentes» a «sabias». Ese es precisamente el objetivo al que toda ciudad debe aspirar: que las personas que viven en ella y las que gobiernan desplieguen todo su talento en favor del progreso.
Las personas son lo primero. Si alguna cosa ha dejado claro la desgraciada crisis de COVID-19 es que las ciudades (la sociedad en su conjunto) sufren si lo hace su ciudadanía, y que, sin el bienestar de ésta, no son más que estructuras vacías. Por ello, su diseño debe centrarse en la calidad de vida y, sin lugar a dudas, este enorme reto debe ser abordado de una forma colaborativa entre todos los agentes sociales para que la gestión pueda resultar adecuada.
Por intentar dejar claras las ideas fuerza de hoy, una ciudad inteligente, debe dar respuesta a las necesidades presentes y futuras en la gestión de un ecosistema cada vez más resiliente, convirtiendo los desafíos de los servicios públicos en oportunidades. Sin duda, debe mejorar la provisión de servicios a los ciudadanos, la operación de los espacios públicos y la definición de las políticas públicas, permitiendo:
- Mejorar los tiempos de respuesta, los servicios públicos e incluso la forma en la que se prestan a sus ciudadanos y visitantes porque se conocen las necesidades reales de la ciudad.
- Aumentar la eficiencia y eficacia de la gestión pública.
- Facilitar la movilidad, la igualdad de oportunidades, fomentar la calidad social y económica, reducir los residuos y avanzar hacia la sostenibilidad.
- Agilizar la coordinación de los servicios municipales, acabando con los silos y facilitando una visión holística de la información lo que contribuye a agilizar y simplificar la planificación estratégica de las personas al mando puesto que pueden tomar decisiones mediante indicadores clave basados fundamentalmente en la satisfacción de los ciudadanos y en datos objetivos recogidos directamente desde donde se producen.
- Resolver los nuevos retos de la Administración Pública al conectar y comunicar con la ciudadanía de una forma transparente, eficaz y segura.
- Adelantarse a posibles situaciones imprevistas (mediante herramientas de simulación y analítica).
Y sin lugar a dudas, mejorar la vida de las personas que habitan en ella, porque no debemos olvidar que son las personas las que crean la ciudad y no al revés. Consiguiendo con ello una ciudadanía inteligente que, conociendo el funcionamiento de su ciudad inteligente, sea consciente de los beneficios que genera y forme parte de la generación de nuevas soluciones implicándose como parte activa.
¡Hasta nuestro siguiente encuentro!
Soy Project Manager de mi propia empresa, ¿Qué más puedo pedir? Disfruto mucho cuando nuestros proyectos provocan auténticas transformaciones en los procesos. Riojano de adopción (por el poder del anillo) y apasionado de los viajes y la gastronomía y tras muchos años de experiencia os puedo garantizar que la mejor botella de vino es la que compartes con unos buenos amigos.