Pues como si estuviésemos ante un episodio de “El hombre y la Tierra”, de Félix Rodríguez de la Fuente (para lectores jóvenes, os recomiendo echar un vistazo y escuchar la sintonía de entrada), vamos a explorar el hábitat natural de una peligrosa especie: los fragilistas, descrita por Nassim Nicholas Taleb en su libro “Antifrágil: las cosas que se benefician del desorden”.
A vueltas con la fragilidad
En la pasada entrega nos centramos en entender qué era eso de la antifragilidad y vincularlo con la resiliencia. Recordemos la visión del mundo según la Tríada de Taleb: en un extremo lo frágil (lo que se rompe ante un golpe), en el centro lo robusto (lo que aguanta el golpe) y en el extremo contrario lo antifrágil (lo que mejora ante un golpe).
En esta ocasión, vamos a focalizarnos en algo más evidente: la fragilidad. Lo frágil se rompe y normalmente es difícil de recomponer. Así que, de forma general, la fragilidad es algo a limitar y, si es posible, eliminar.
No obstante, la fragilidad es un concepto muy útil. Es mucho más práctico prestar atención a la fragilidad de una organización (o de cualquier sistema), que centrarse en calcular probabilidades de ocurrencia de sucesos, en particular, de aquellos cuya previsión resulta difícil (o imposible). Detectar y reducir la fragilidad es un buen planteamiento de partida.
Y es que la fragilidad está presente de manera natural, pero existen determinados elementos que la potencian, como los fragilistas.
¿Qué es un fragilista?
Taleb, con su visión no predictiva del mundo, describe al fragilista como una persona que espera que las cosas sucedan como siempre han sucedido. Una persona que basa sus planes en estadísticas previas. Que confunde la ausencia de prueba con la prueba de ausencia. Que piensa: “si nunca pasó, jamás pasará”.
Y pone como ejemplo el pavo del día de Acción de Gracias. El pavo recibe atención y alimento de forma continua. Por la cabeza del pavo pasará la idea de que su dueño lo quiere y lo trata bien. Y sin embargo, llega un día en que eso cambia de forma radical, para sorpresa desagradable del pavo.
El autor define al fragilista como un “racionalista ingenuo”. Una persona que piensa que lo que no ve, no existe (o que lo que no entiende, no existe). Y bajo este prisma, cualquier acción que emprende suele provocar consecuencias inesperadas (y generalmente negativas).
Si esto fuese un comic, el fragilista sería el supervillano. Su superpoder: Taleb habla de “iatrogenia” o intervencionismo ingenuo, ese impulso por prestar ayuda, que “causa más perjuicios (normalmente ocultos o latentes) que beneficios”. Esto tiene especial relevancia en ámbitos tendentes la toma decisiones con un impacto tangible (y pequeño) a corto plazo, independientemente de que los resultados puedan acabar siendo muy negativos en el largo plazo. ¿Os viene alguno a la cabeza?
Nadar y guardar la ropa
Otra característica habitual de un fragilista, que lo hace todavía más peligroso, es que no se juega nada. Es decir, que no sufre de forma directa las consecuencias de sus decisiones. Esto, por desgracia, no es infrecuente en algunos ámbitos. Sin esfuerzo podemos encontrar multitud de ejemplos, como responsables de entidades bancarias que reciben bonus millonarios pese a una gestión cuestionable que arroja importantes pérdidas. En el espectro político también abundan los ejemplos.
Este no es un tema menor. Taleb se muestra muy sensible a esta “asimetría” (en este caso, la relación entre quien toma la decisión y quien recibe la consecuencia) y al rol de los aspectos éticos, por su impacto en la sociedad. En un libro posterior titulado “Jugarse la Piel” (2019), destaca que vivir una vida ética consiste en asumir la responsabilidad de los riesgos que tomamos.
Navegando la fragilidad
De forma general, el crecimiento y la velocidad son vectores de fragilidad. También el tiempo. Esto es algo natural. Lo único que les queda a las organizaciones es enfocarse en identificar y minimizar su fragilidad y ser tan robustas como sea posible. Incluso antifrágiles…
Y aquí aparecen los fragilistas como catalizadores de la fragilidad. Según el autor, el problema fundamental es que los fragilistas hacen que las organizaciones, las sociedades, los países… se embarquen en políticas y actuaciones artificiales, con beneficios pequeños y visibles pero con efectos colaterales potencialmente severos e invisibles.
Así que lo más inteligente que podemos hacer es construir organizaciones a prueba de fragilistas. Esto implica mirar a la organización como un sistema complejo y tratar de entender las implicaciones, evidentes y menos evidentes, de las decisiones y actuaciones. Sí, un reto difícil. Os dejo algunas pistas para explorarlo.
- Impacto: ¿Esta decisión/actuación contempla resultados a corto plazo (sin sopesar en profundidad los impactos a largo plazo)?
- Responsabilidad: ¿La persona responsable de la toma de decisión evitará (total o mayoritariamente) las consecuencias futuras?
- Oportunidad: ¿Hay presión (externa o interna) para la toma de una decisión?
Si, ante una decisión determinada, dos de las tres preguntas anteriores tienen un “SÍ” como respuesta, puede ser síntoma de un comportamiento fragilista. Si son las tres, podemos pulsar la alarma.
Lo cierto es que en nuestras organizaciones y en nuestra sociedad, hay muchas ocasiones en que se incentiva el comportamiento fragilista. Es necesario estar despiertos. Como dice Taleb, convirtámonos en “no pavos” (lo contrario al pavo de Acción de Gracias).
Nos vemos en el mes de febrero.
Salud.
Dedicado a la Planificación e Implementación estratégica desde hace mas de 15 años. Secretario general del CIP Institute, relativo a la Gestión de Crisis y miembro fundador de la APGP (Asociación de Profesionales de la Gestión de Proyectos). Vinculado a Comités de ISO y UNE en Materia de Gestión de Proyectos y Gobernanza de las Organizaciones. MBA, PMP, PM2 Advanced Certificate, Auditor Jefe ISO 22301 Continuidad de Negocio.