
Durante años, la narrativa dominante de la transformación digital instaló una falsa dicotomía: tecnología es sinónimo de juventud. En el imaginario colectivo vimos desfilar a veinteañeros como CEOs y a equipos enteros que confundían “ser nativo digital” con “saber dirigir”. El resultado fue un sesgo de edad que, en demasiadas organizaciones, desplazó talento precisamente cuando más falta hacía: en la gestión de la incertidumbre. Hoy, con la perspectiva que dan los proyectos, es evidente que la experiencia no compite con la innovación: la potencia. Y en proyectos, potencia es sinónimo de probabilidad de éxito.
Un proyecto es, por definición, navegar lo incierto con tiempo, coste y alcance limitados. Ahí, la experiencia es un grado. Un profesional silver ha vivido ciclos económicos, cambios regulatorios, crisis de proveedores, integraciones tecnológicas y reestructuraciones internas. Ese archivo mental permite reconocer patrones antes de que se vuelvan problemas. Donde un equipo joven ve un imprevisto, el senior ve un déjà vu y activa un plan B con naturalidad. Este “instinto profesional” no es misticismo: es estadística aplicada a la toma de decisiones.
Además, los silvers aportan regulación emocional en los momentos que más tensan un proyecto: cierres de sprint con desviaciones, comités con el cliente, negociaciones de alcance, incidentes de calidad. Haber pasado por “tempestades” reduce la reactividad y mejora la ecuanimidad. Y la ecuanimidad es contagiosa: baja el ruido, ordena prioridades y protege al equipo del desgaste. Gestionar bien los picos de estrés no solo evita errores, también fideliza talento.
Otro factor diferencial es la escucha. La experiencia enseña a detectar lo que no se dice: señales débiles en stakeholders, agendas ocultas, resistencias culturales. Un silver tiende a hablar cuando aporta y a callar cuando estorba, algo que en entornos politizados marca la diferencia. Sabe mover las conversaciones de la posición al interés, convertir exigencias en criterios, transformar quejas en riesgos gestionables. Ese oficio relacional sostiene la gobernanza del proyecto.
¿Y la tecnología? Precisamente aquí conviene desmontar el mito. Ser competente digital no depende de la fecha de nacimiento, sino de la disciplina por aprender.
