Fragilidad y antifragilidad

Artículo "Fragilidad y antifragilidad" de Juan Manuel Dominguez en la Revista Stakeholders.news

La antifragilidad ha ido poco a poco apareciendo en la literatura, en prensa y en las conversaciones. Y poniéndose de moda. ¡¡Hay que ser antifrágil!!

Veamos qué es esto.

Los orígenes de la antifragilidad

El concepto lo introdujo Nassim Nicholas Taleb en su libro “Antifrágil: Las cosas que se benefician del desorden” en 2012.

Si bien es frecuente el uso del término frágil, el autor plantea que no existe algo que defina lo opuesto, es decir, aquellas cosas que se benefician de las crisis, de lo aleatorio, del desorden. Y crea el calificativo de antifrágiles para referirse a ellas.

Taleb construye su visión del mundo basada en lo que denomina la Tríada: lo frágil, lo robusto, lo antifrágil. Es decir, contrapone la fragilidad y la antifragilidad, como dos puntos extremos en una misma escala. Y coloca la antifragilidad un paso por delante de la robustez. Si lo robusto aguanta ante un golpe, lo antifrágil mejora.

Su defensa de la antifragilidad, incluso acuñando el propio término, pone el foco en la poca atención que este concepto ha recibido. Nos hemos centrado en la fragilidad. Históricamente. Universalmente. Un ejemplo que cita el autor: en ninguna de las principales lenguas conocidas existe una palabra para la antifragilidad.

Por qué tiene sentido ser antifrágil

Personalmente, me gusta leer a Taleb. Uno de los mensajes que envía, quizás el principal, es la necesidad de mantener un espíritu crítico. La necesidad de estar al loro y no confiarse ni dar las cosas por sentado. De evitar llevar unas gafas que nos hagan ver la estabilidad y nos oculten la aleatoriedad y el desorden. De estar despierto.

Así que no es extraño que un autor que saltó a la fama con el concepto de “cisne negro” (así bautizó a los eventos inesperados, de gran impacto y que no se pueden prever, pero son fáciles de explicar a posteriori), haga hincapié en una manera de lidiar con estos eventos. Que destaque lo que aporta su visión de la antifragilidad, como opción contraria a ser frágil.

Si somos conscientes de que existen muchos elementos que nos empujan más allá del ámbito de la previsibilidad, el sentido común debería azuzarnos a tener enfoques antifrágiles. Esto va de entender y adaptarse a los cambios. La estabilidad no existe.

Resumiendo los planteamientos. En un contexto volátil, sujeto a cambios no podemos simplemente contraponer robustez a fragilidadNecesitamos antifragilidad.

Hasta ahí lo que dice Taleb.

¿100% antifrágil? ¿Ante todo? ¿En todo momento?

De un tiempo a esta parte, me he tropezado con el calificativo antifrágil en diferentes circunstancias. En muchos casos, proponiéndolo como aspiración máxima.

Be antifrágil, my friend!

No. No hay que ser, ni se puede ser, antifrágil de forma absoluta. Es relativo.

Dependerá de la naturaleza de la causa. También del nivel de variación. La antifragilidad y la fragilidad coexisten para una misma organización, en función del reto al que haya que enfrentarse.

Entenderéis, por tanto, que tenga mis discrepancias con las escalas del tipo: frágil-robusto-resiliente-antifrágil.

Por un lado, hacen un planteamiento limitado de los conceptos (aquí hemos definido resiliencia como la capacidad de una organización para absorber y adaptarse en un entorno cambiante para poder cumplir sus objetivos y sobrevivir y prosperar). Es decir, el propio el concepto de resiliencia que consideramos aquí incluye la componente de mejora, no meramente de supervivencia. Por lo tanto, desde esta perspectiva, la resiliencia ya incluye la antifragilidad.

Por otro lado, volvemos al “más no es siempre mejor”, que hemos relacionado con la resiliencia en los artículos previos. Si obviamos la problemática de su medición, que vimos en el pasado número, la clave está en el balance entre capacidad de dar respuesta y la demanda (cambio, crisis, disrupción…) que se presenta. Emplear escalas lineales y crecientes no facilitar ver la foto completa (ojo, eso no significa que puedan emplearse en ocasiones concretas).

Lo cierto es que cuando hablamos de antifragilidad, yo prefiero su uso en abstracto. Como agitador del confort. Como componente de la resiliencia que nos permite actuar y salir reforzados de una situación imprevista.

Organizaciones en forma

Para acabar, las implicaciones de todo esto para las organizaciones.

Taleb vincula la antifragilidad con lo orgánico. Contrapone lo mecánico y no complejo, con lo orgánico y complejo. De forma simplificada: lo primero se deteriora con el uso, lo segundo se deteriora especialmente con el no uso. Un ejemplo. Una persona sedentaria y una persona activa. ¿Cuál es, a priori, más antifrágil?

Ya hemos hablado largo y tendido de las organizaciones desde la perspectiva de sistema complejo, con alto nivel de interacciones e interdependencias (por si alguien se lo ha perdido o quiere refrescarlo, puede consultar el número 5 de la revista).

Esto me lleva a volver a insistir en algo fundamental. La capacidad de las organizaciones de salir adelante, bajo el nombre de antifragilidad o el más amplio de resiliencia, es algo dinámico, que evoluciona. Sólo se puede desarrollar y mantener mediante el ejercicio. Necesitamos organizaciones que estén en forma.

En el próximo número hablaremos de los fragilistas, una peligrosa especie que introduce Taleb en su libro.

Hasta entonces.

Salud.

Dedicado a la Planificación e Implementación estratégica desde hace mas de 15 años. Secretario general del CIP Institute, relativo a la Gestión de Crisis y miembro fundador de la APGP (Asociación de Profesionales de la Gestión de Proyectos). Vinculado a Comités de ISO y UNE en Materia de Gestión de Proyectos y Gobernanza de las Organizaciones. MBA, PMP, PM2 Advanced Certificate, Auditor Jefe ISO 22301 Continuidad de Negocio.

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