Siempre me ha repugnado que limitemos el alcance de la Inteligencia Artificial (IA) antes de ver su utilidad real para la sociedad, pero estaba equivocado. Acompáñame
en la reflexión sobre cómo las regulaciones construyen la autopista que permitirá la expansión de la IA y cómo abordar con éxito este proceso de cumplimiento.
Es curioso ver como reaccionamos los europeos ante una disrupción tecnológica como es la Inteligencia Artificial (IA), nos sentimos amenazados y como respuesta nos ponemos a desarrollar un cercado normativo para prevenir los riesgos que puedan aparecer. Mientras que en otros continentes se lanzan a innovar sin preocuparse por los malos usos. Muchas veces dudo si nos estaremos “poniendo la venda antes de la herida”.
UN POTENCIAL INFINITO:
La eclosión de la Inteligencia Artificial irá mucho más allá de otras disrupciones del pasado. Vimos como el dominio del fuego, pasando por la rueda, la máquina de vapor, el coche, el viaje en avión o Internet, han supuesto grandes mejoras para la situación de la Humanidad, a pesar de sus riesgos implícitos. Pero en este caso, la IA no solo aumentará la capacidad humana como en los anteriores casos, si no que puede llegar a reemplazarla. El potencial de beneficios aumenta, pero con él se abre un nuevo escenario para los malos usos. Es aquí dónde nos centramos los europeos, en preservar nuestros valores y ética por encima de la prosperidad. Claro que es necesario regular el uso de la IA para seguir siendo humanos con principios, pero la pesada carga regulatoria que estamos poniendo puede dificultar la utilización de la IA en las organizaciones, especialmente en las pequeñas y medianas empresas.
LOS RIESGOS DE LA IA:
A nivel individual, la IA nos va a hacer perezosos mentalmente. Todo el que ha usado la IA generativa siente la tentación de pasar primero por un diálogo con la IA de turno para que le aporte textos y soluciones creativas, que piense por él. Con ello, corremos el riesgo de volvernos menos inteligentes.